Una semblanza de Nino Ramella, a cien años del nacimiento de "una mujer que hizo al mundo más habitable".
China. No hace falta aclarar quién es. ¿Acaso pensamos en otra China que no sea la Zorrilla? ¿Es que existe otra China que al irse nos haya dejado un poco huérfanos a todos los ciudadanos de dos países? Pues hoy hace exactamente 100 años el mundo se hizo un poco mejor porque nació ella.
Claro que no siempre fue China. Al nacer se llamó Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz…y hasta podríamos agregarle del Campo ya que su madre era Guma Muñoz del Campo, pariente de Estanislao claro. Padre uruguayo, madre argentina. Es decir, genéticamente rioplatense.
Desde chiquita le llamaban Cochona ya que Concha, como suele llamárseles a las Concepción, por estos lares no suena del todo bien. Pero ahí no acabaron los inconvenientes con su nombre. Siendo muy chica su familia se trasladó a vivir a París y Cochona suena como cerda en francés.
También necesitó de un sobrenombre que no generara confusiones en Estados Unidos donde también vivió. En letras cursivas la zeta de Zorrilla solían confundirla con una ge, lo que resultaba gorila. Y si antes de su apellido escribían Miss Concepcion lo que pronunciaban, traducido, quedaba algo así como aborto gorila. Con China se acabaron los problemas.
La conocí exactamente hace 42 años el día que ella cumplía 58 y Susana López Merino tuvo la gentileza de invitarme a una íntima comida en su casa para celebrarlo. Faltaban pocos días para mis 25.
Por dónde empezar
Qué contar. Por dónde evocarla. Decir que era nieta del poeta e hija del escultor. Que nunca dudó de su vocación de actriz. Que era una gota de miel con sólo escucharla decir buen día. Que vivió más tiempo en Buenos Aires que en su Montevideo natal. Que había que ser corajudo para dejarse llevar por China en su Falcon con Vinnie, su perra cocker, llevada al hombro como un pirata lleva a su loro. Que en ese auto o en el Citroen de no me acuerdo qué modelo que tuvo después levantaba a los colimbas que hacían dedo en el Gada 601 cuando ella dormía en Santa Clara del Mar y trabajaba en Mar del Plata.
Fue en 1972 cuando vino a hacer su primera temporada a nuestra ciudad con Las mariposas son libres. Ese verano en la playa se encontró después de muchos años con un viejo amigo, Samuel Correa, marplatense y pianista. “Samuel ¡qué te pasó!” Le dijo China cuando le vio el cuerpo lleno de cicatrices. Lo había llevado por delante un colectivo en la avenida Luro. Estuvo tres meses en coma. La historia se la contó a Jacobo Langsner y así nació Darse cuenta, la película protagonizada por China, Beto Brandoni y Darío Grandinetti con dirección de Alejandro Doria.
Recuerdo la sorpresa de China al saber que yo conocía a Samuel ya que estaba vinculado a mi madre por lazos familiares.
Un costado conmovedor
Pero de las mil puntas de las que podríamos tirar para describir una personalidad única quisiera detenerme en aquella que conectaba con una ética que no requería de lucubración ideológica alguna. Se conducía tal como le brotaba naturalmente sin necesidad de reflexiones doctrinarias.
Es proverbial y muy comentada la generosidad de China. Trabajaba para vivir. Ahorrar no podía porque daba todo lo que ganaba. Una vez le dio 37 mil dólares al taxista que la llevó a su casa, ubicada nada menos que en la calle Uruguay, porque el hombre le había comentado que la estaba pasando mal y no podía levantar una hipoteca. Carlos Perciavalle lo contó mil veces.
Dicen eso y se olvidan de contar la mejor parte… que pasados unos años el taxista vino a mi casa con el dinero disculpándose por lo que había tardado en juntarlo. Una sola persona que te lo devuelve vale mucho más que todos los que no lo hacen, afirmaba China incómoda por la repetición de la anécdota.
Matilde, acompañada por su marido, encontró a China en la Boston de la costa. Le dijo que la admiraba pero que como ambos eran jubilados no podían pagar la entrada al teatro. Por supuesto que China los invitó a ver la obra, pero no terminó allí su gesto. A partir de ese momento les pagó expensas, teléfono y hasta el entierro del hombre cuando pasado un tiempo Matilde enviudó. Nadie me lo contó. Fui intermediario de esos pagos y guardo las cartas de Matilde agradeciendo cada gesto.
Su generosidad a veces la metía en problemas. Una vez me llamó para consultarme algo. Había logrado a través de una legisladora una pensión graciable, no me acuerdo si para una anciana o una chica discapacitada. La cuestión era que esa legisladora le pedía que intercediera para que Mirtha Legrand la invitara a uno de sus almuerzos televisivos. Imaginate, si no lo hago tengo miedo de que le retire la pensión…decía China exhibiendo cierta desconfianza con el personaje. Yo le dije que tenía un pésimo concepto de esa mujer.
Una noche suena el teléfono en mi casa. Era China. ¿Estás viendo televisión? La diputada está denunciada por malversación de fondos ¡y tráfico de niños! Le respondí que le había comentado mi mal concepto. Si ya sé…¡pero tráfico de niños! Acotó descreída.
Todos tenemos anécdotas de este tipo con China, a quien tuve la suerte de conocer a mis 25 años. En los últimos años mis encuentros tuvieron que ver con mis funciones en el área de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, donde habíamos creado el Gabinete Social dedicado a programas orientados a los sectores vulnerables.
La amiga de los chicos presos
Decenas de veces China nos acompañó a institutos de menores de régimen cerrado, donde permanecen presos jóvenes en conflicto con la ley penal. Jamás dijo que no, a tal punto que yo esperaba que atendiera ella en su casa porque de atender la persona que la asistía seguramente me diría que no, para protegerla de nuestro asedio. La ultima vez los chicos la esperaban con frases de Esperando la carroza. La saludaban y le decían…yo hago puchero ella hace puchero…yo hago ravioles, ella hace ravioles. China estallaba de felicidad.
Cuando se le mencionaba a China su increíble generosidad se fastidiaba. Lo que pasa es que la generosidad está sobrevaluada. Tiene buena prensa. Pero a mí me divierte mucho dar. Me da placer. Podré ir al cielo por algunas cosas pero no por esto.
Pero para mí escucharla era como estar frente a una concepción (esta vez sí bien usada la palabra) revolucionaria que no alcanzaba a sentir yo en la declamación de revolucionarios profesionales.
Una revolucionaria sin pretensiones
Lo mejor que he hecho en mi vida –decía siempre China– es no haber juntado plata. Todas las cosas malas que pasan en el mundo tienen el signo de pesos arriba. Desde la guerra de Irak, hasta los chicos de Tucumán muertos de hambre…todo lo que pasa… los secuestros…Arriba de todo está el signo de pesos. Le he amargado la vida a más de un millonario con mi teoría sobre el dinero.
Una vez le dije a alguien que yo quería mucho: si la salud pudiera contarse por unidades y uno necesitara solo diez unidades mensuales para estar completamente sano pero vos has heredado 2000 unidades de salud mensuales, ¿qué haces con las 1990 unidades que te sobran? ¿Las ponés en un cajón o se las das a los enfermos? Y me contestó que por supuesto se los daba. Y yo le contesté que no era cierto porque toda su plata estaba en los bancos. El dinero es salud, es alivio para la angustia, es comida, es bienestar, es serenidad y decoro de vida y vos lo ponés en el banco.
En Mar del Plata trabajó como actriz, como productora con Arlequino, servidor de dos patrones de Goldoni, ganó varios premios Estrella de Mar y también el Vilches, se reencontró con Samuel Correa, tomó el té con Victoria Ocampo en su casa luego de haber sido presentadas por Gregorio Nachman y en la que después de la muerte de la escritora protagonizó Eva y Victoria… y a quienes tuvimos la suerte de compartir momentos con ella nos regaló un recuerdo capaz de rescatarnos en los peores momentos.
Hoy, repito, hace cien años que nació una mujer que hizo al mundo más habitable.